Gracias a j-
major. Nos ha dado una explicación didáctica, a la que solamente quiero añadir un par de puntos.
En primer lugar, el método de asignación de puestos depende de lo que se quiere obtener. Si se quiere más representación, se acude a un método proporcional, pero si se quiere más
gobernabilidad (por medio del fortalecimiento de pocas fuerzas políticas), se utiliza un método mayoritario. Por tanto, más allá de esta elección de asambleístas, en la que no está claro el método, la propia Asamblea deberá establecer un método de acuerdo al objetivo que se proponga alcanzar.
Personalmente espero que se discuta en esos términos, ya que hasta ahora los sucesivos reemplazos de una fórmula de asignación de puestos por otra se han hecho sobre la base de los cálculos de cada partido o movimiento político. Basta ver cómo muchos de ellos han cambiado de posición de acuerdo a su condición del momento (cuando se han sentido fuertes han impulsado fórmulas mayoritarias, cuando han visto que están de bajada han buscado las proporcionales)
En segundo lugar, el sistema de votación de listas abiertas, en que el elector puede escoger a tantos candidatos como puestos en disputa y puede moverse desde la extrema derecha hasta la extrema derecha, pasando por el
populismo -como nos refiere con ironía
Olafo-, es el peor del mundo. Por algo no se lo utiliza en ningún país. Entre sus múltiples efectos negativos está la imposibilidad de asignar adecuadamente los puestos (hay otros que son más graves, pero su tratamiento nos sacaría del tema).
Dentro de esta modalidad hay dos posibilidades para asignar los puestos. Uno es contando los votos individualmente (sin sumar el total de la lista), de manera que ganan los que llegan en los primeros lugares. El otro es por la suma de la lista, para lo que se hace necesario aplicar alguna de las muchas fórmulas proporcionales.
Si se asigna a los candidatos más votados, considerados individualmente, se convierte en un método mayoritario que no solo excluye a las minorías sino que elimina cualquier proporcionalidad. Ya se lo hizo de esta manera para la elección de asambleístas en el año 1997 y el resultado fue una desproporción enorme entre los votos y los puestos obtenidos por cada lista Por ejemplo, un partido obtuvo el 90% de los puestos de Guayas con el 36,2% de los votos, mientras en la misma provincia un partido que obtuvo el 21,1% de los votos no consiguió un solo puesto. Así mismo, en
Pichincha un partido consiguió el 62,5% de los puestos con solamente el 28,8% de la votación, mientras en Esmeraldas un partido se llevó el 100% de los puestos con el 35,5% de los votos (lo que quiere decir que el 64,5% de los votantes se quedó sin representación). (Un análisis detenido de esta experiencia se puede encontrar en mi libro
La representación caótica, publicado por
Flacso).
Si se aplica un método proporcional se puede (en mayor o menor medida, dependiendo del método) corregir esos errores. Eso es lo que se hizo desde 1998 en adelante, cuando se tomó como referencia la votación de las listas, no de las personas, y se aplicó una fórmula proporcional. En todas las elecciones realizadas bajo esa modalidad hubo cierta proporcionalidad entre los votos y los escaños obtenidos (no una proporcionalidad exacta, ya que se utilizó una fórmula que beneficia a las listas más votadas).
Pero el problema se complicó cuando a alguien se le ocurrió introducir el llamado
ponderador exacto, que consiste en un método mixto de conteo y procesamiento de votos, que considera por un lado los votos por listas y por otro los votos por personas. El problema de éste es que no permite definir si es un sistema de votación por listas o por personas, por tanto no resuelve el problema de fondo.
Considero que el primer problema a resolver (no para esta elección, sino ya dentro de las reformas que realice la Asamblea) es la definición de un sistema electoral claro y transparente. El actual es oscuro, confuso, opaco y produce resultados caóticos. Considero un error mantener el sistema de listas abiertas (que fue introducido por error, ya que se quería instaurar un sistema de voto
preferencial, pero la pregunta fue mal hecha en la Consulta de 1997). Una vez definido ese tema será posible abordar los problemas propios del sistema electoral. Esperemos que la Asamblea lo trate con el detenimiento y la responsabilidad que se merece.
Pero, por el momento estamos en el limbo (aunque este extraño lugar ya no exista en el universo católico). Aún no sabemos de qué manera se contarán nuestros votos para elegir asambleístas.